Después de pasarme por la puerta de mi habitación unas tres o cuatro veces y seguir de largo, dí con ella, miré la llave que se me había dado y pronuncié un sonoro "Ohh....." que terminó en un silencioso ".....damn". La introduje en la cerradura, la giré, y la entrada se hizo casi sola ante mí. Era una habitación pequeña y simple, pero no para mal digamos. Como suelo hacer con todas mis habitaciones nuevas –sean hoteles, lo de amigos, nueva casa, o incluso carpas en un campamento–, dejé caer el bolso sobre el suelo con actitud de lo ordeno después, me lancé bruscamente a la cama y, luego de comprobar cuán cómoda y mullida era, decidí instalar lo más importante de mi equipaje: un pequeño equipo de música negro lleno de rombos blancos dibujados por mí en liquid paper (no se lo digan a mamá que se va a enojar), una caja de chocolates de mi tierra natal ♥ y todos mis preciados CDs.
Una vez ya estuviese todo en su lugar correspondiente, agarré mi reproductor de música, lo situé en el bolsillo derecho de mi pollera de jean, agarré mi librito de notas, lo situé en el bolsillo izquierdo, y partí del cuarto. Obviamente, tuve que pegar un patadón a la puerta ya que casi me quedo encerrada fuera al olvidar la llave en la mesita de luz. Ahora sí, marché a investigar los pasillos de tan curioso instituto.